jueves, 2 de julio de 2015

Una historia de película

Ha pasado San Pedro y hemos entrado ya en el mes de Santiago: en el Señorío de Molina comienza el verano. Tiempo de siegas, de pueblos llenos de gente por un corto periodo, de fiestas patronales, de actividades culturales, tiempo de encuentros y, por supuesto, de desencuentros: ¿qué sería un verano sin desencuentros? Es tiempo también de tareas que requieren una atención especial, por lo que ésta es la última entrada de nuestro blog hasta septiembre, momento en el que retomaré este pensar en voz alta que hemos dado en llamar CulTuralsm.


Segador molinés.
Fte: Elaboración propia sobre fotografía de Ana Lorente.

En estos meses, que han sido para mí una toma de contacto con el mundo de la bloguería, he visto las posibilidades y los inconvenientes de este formato tan dinámico. Pese a todo, mi intención ha sido siempre la misma: tratar de ofrecer con humildad una información contrastada, trabajada y reflexionada. Una información que he intentado elaborar para "uso interno", para aclararme, pero que he creído que podría ser de utilidad para potenciales lectores.

Por qué contar historia(s)

Hace un tiempo, comentábamos un amigo historiador y yo cómo la parte más bonita de todo esto es la de la investigación, ese trabajo tan íntimo, tan personal y tan placentero: encerrarse en el archivo, tocar aquellos papeles centenarios, no siempre libres de alérgenos, bacterias y demás porquerías, enfrentarse a aquellos tipos de letra y saborear expresiones perdidas desde hace mucho. Ver que las piezas casan, o no, y entonces irte a dormir a las tantas intentando resolver cuestiones que, acaso, a nadie más han interesado desde hace dos, tres o cinco siglos. Lo de publicar es otra cosa, entra ya dentro de una parafernalia que, bueno... es otra cosa.

Sin embargo, hay multitud de razones para conocer y transmitir las historias de nuestros antepasados. Está la consabida sentencia: "el que no conoce la historia está condenado a repetirla"; o aquella otra: "el que no valora su pasado pierde también su futuro". Efectivamente, tengo clarísimo que no se puede sobrevivir sin memoria y que un ser o grupo humano sin esa facultad está condenado, sencillamente, a extinguirse.

Sin embargo, como esta entrada va también de cine, me quedo en esta ocasión con la reflexión que hace a este respecto el pequeño Nullah al término de la película Australia (2008). No es, en mi opinión, una gran película, pero una de sus frases finales, que el director deja en boca del protagonista infantil, antes de emprender su particular viaje iniciático junto a su abuelo aborigen, el llamado Rey Jorge, me parece una preciosa justificación para seguir haciendo público lo que es de todos:

"Una cosa sí que sé. Lo más importante es por qué contamos historias: hace que (la) gente se sienta de su tierra, siempre".




Este blog está siendo también para mí una forma de reivindicar la Historia, con mayúscula, una disciplina apasionante de la que todo el mundo (políticos sobre todo) parece entender pero que muy pocos se atreven a estudiar, a acudir durante años a clase y asimilar con ello conceptos, aprender técnicas y modular conclusiones prejudgadas, para formarse y devolver a la sociedad por medio de un método científico, con las herramientas adecuadas, una visión crítica del pasado, de la historia, con minúscula. Devolver a la sociedad sus historias para así conservar su identidad.

Introspección colectiva.

Hace ya años (prefiero olvidar dónde) estuve en relación con un proyecto que trataba sobre la creación de un sendero deportivo basado en un camino histórico. El equipo que lo llevaba entraba y salía de la Historia (con mayúsculas) y de la historia (con minúsculas) sin pudor, a martillazo limpio, unas veces dando en el clavo y otras, muchas otras, en el madero.

Mi criterio era que había que conservar el recorrido del viejo camino, por respeto al pasado, pero también por respeto al nuevo caminante, gustoso siempre de andar por donde han hollado con sus pies decenas de generaciones de hombres y mujeres, porque -entiendo- caminar por un sendero histórico, aparte de un deporte precioso, es una forma de comunión con personas que nos han precedido en el tiempo, aunque no conozcamos sus nombres ni sus circunstancias.

En una de las reuniones en la que expuse esta opinión, una voz autorizada zanjó la cuestión: “La historia no es importante”. Lo cual, en esta ocasión, venía a decir también que la Historia y todo el trabajo de investigación, de búsqueda documental, de procesamiento de datos que lleva aparejado, tampoco importa. Confieso al lector/a que durante mucho tiempo -yo más joven, claro- estuve afectado por entender que ese señor había hecho de portavoz de la sociedad toda e, incluso, por un tiempo, aquel desencantador profesional logró el propósito de su oficio.

Cañada real de Merinas a su paso por entre las dehesas de Alcoroches y Alustante.
Vestigio del paso ganadero que comunicaba Molina con el puente de las Tres Provincias.
¡Cuántas historias podrían contar estas vías de comunicación!
Fte. imagen: elaboración propia.

Sin embargo, aunque sé positivamente que existe una opinión amplia en sintonía con la de aquel caballero, aunque sé que las Humanidades para muchos “no sirven para nada”, aunque sé que se siguen y se seguirán vendiendo motos, dando gato por liebre al turista desprevenido, por la arrogancia del político y/o tecnócrata de turno ávido de resultados inmediatos, aunque sé todo esto, con los años uno sigue en sus trece, y defiende que los proyectos de éxito no pueden prescindir de la investigación previa, si se quiere ser honrado con el visitante y leal con el habitante.

Hay a quien le basta con reproducir(se) lo que se ha dicho siempre; con eso se cubre el expediente y además no nos metemos en líos. Pero la Historia no es una ciencia inocente y, desde luego, tampoco estática. La aparición de un solo dato, conservado en la encuadernación del librote aparentemente más anodino, puede descabalar lo mantenido durante siglos por las más recias teorías.

Prescindir de la profesionalidad del historiador, del humanista, aparte de arrogancia, también tiene algo de autoengaño, de no querer ir más allá de la rutina, de lo aparente. Aunque en el fondo necesitemos saber más sobre nosotros mismos, hacer acopio de lo nuestro para progresar. Pero ¿y si resulta que investigando aparece algo que no nos conviene conocer? Esto me recuerda a aquella escena en la que Robert De Niro amenaza a Billy Crystal en Una terapia peligrosa (1999) diciéndole que si en el transcurso de la misma descubre alguna parte "oscura" de su personalidad, le matará.



Una espada en un campo.

No se trata tampoco de buscar los tres pies al gato. A veces la literatura histórica de la que estamos bebiendo arrastra multitud de anécdotas que, por haber regalado los oídos del público, por su altisonancia y su carácter alambicado, han tenido éxito. Está demostrado que los vídeos falsos son los que más éxito tienen en la Red, son los virales por excelencia. Sin embargo, a veces la realidad (presente y pasada) es mucho más simple y por ello más interesante.

En las aulas zaragozanas de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras a las que asistí se viene negando explícitamente desde hace cuatro o cinco décadas la batalla de Covadonga y, por supuesto, la aparición del apóstol Santiago montado en un caballo blanco en la de Clavijo arengando a las huestes cristianas. Esto puede escandalizar todavía a alguien porque parece que estas teorías nos dejan en el vacío. Sin embargo, al caer los mitos (que pueden seguir siendo estudiados y mantenidos como parte del acervo cultural de los pueblos), han aflorado aspectos de mucho mayor interés desde el punto de vista humano.

Por medio de todo esto se pueden cruzar los intereses diferenciadores, es decir, aquellos en los que se pretende que un grupo social o un territorio (o un pueblo, en el colmo del localismo) no tengan nada que ver con el vecino, cuestión harto difícil de lograr, si no es falsificando la historia. Si algo se aprende cuando se siguen los parámetros humanistas es que nos llevamos unos con otros el cantico de un duro (o de un céntimo de euro). 

Sin embargo, lo que tiende a perpetuarse y transmitirse en folletos turísticos, libros de viajes, y a través de ellos expandirse oralmente hasta hacerse imparable, son las anécdotas más sensacionalistas, más maravillosas, más complicadas de mantener desde el punto de vista racional; para mí, y creo que para mucha gente, es mucho más hermosa y atractiva la historia probable que la historia ciertamente imposible.

Cuando me pongo a trabajar, cuando trato de explicar un fenómeno histórico/social, siempre pienso en dos cosas: una, (inspirado laxamente en Descartes) que puedo estar de entrada completamente equivocado, lo que lleva a buscar y contrastar datos, aunque sin pretender alcanzar la verdad absoluta, algo que no creo que exista; dos, (inspirado en Ockham, puede decirse) que la explicación más sencilla suele ser siempre la más probable.

De algún modo todo esto se plasma en una escena preciosa en la que Dustin Hoffman interpreta a un personaje que simboliza la voz de la conciencia de Milla Jovovich en su papel de Juana de Arco (1999) (¡soberbios ambos!), y la reprende tratando de buscar una explicación racional a su supuesta misión divina.


Me gusta este modo de proceder, y trato de ponerlo en práctica cada vez que trato de avanzar en la búsqueda y la transmisión del conocimiento. Te hace más cercano al suelo.

La historia de todos/as.

El blog está siendo también mi modesta reivindicación de la historia de nuestra tierra, una historia en la que entraron en juego (y a veces en conflicto) todas las clases sociales del pasado, incluidas aquéllas que no han tenido nunca voz. Una historia en la que es inevitable tratar sobre señores y caballeros, pero en la que es imprescindible, también, incluir campesinos, menestrales, mercaderes... Molineses de la villa y molineses de las aldeas. Buscar la huella del hombre y, por supuesto, de la mujer. Es una tendencia que el mundo de la historiografía moderna lleva trabajando desde hace varias décadas con resultados preciosos, y que parecía ir calando en la divulgación. 

Digo parecía, porque series como la exitosa Isabel, aparenta en sus enfoques, a veces sesgados (con ramalazos ideológicos claros), una vuelta atrás en este sentido. En ella se regresa a una historia explicada desde arriba, en la que rara vez se muestra al pueblo llano como actuante en la sociedad del pasado. No es que no me llegase a interesar la serie, ni siquiera que no me gustasen buena parte de sus capítulos, pero me preocupa que la sociedad vuelva a concebir la historia como una dimensión en la que solo tuvieron parte las clases privilegiadas.

En ella también se vuelve a la vieja y creíamos que superada idea de que "Castilla hizo a España", y que lo castellano es lo bueno, lo fetén, dejando a lo demás como accesorio, e incluso como lo negativo, lo antiespañol. Si lo que se pretendía con esa serie era recuperar la memoria y ofrecer al gran público una visión actualizada de cómo surge paulatinamente la noción de España, lo lógico es que se hubiese contado también con lo aragonés, con la diversidad que aportaron a este constructo político los aires mediterráneos.

Aunque, con un sentido del humor sanote y nobletón, (humor somarda, como lo autodefinen ellos), este hecho no dejó de ser objeto de crítica por parte del equipo de Oregón TV, un espacio de enorme popularidad en la televisión autonómica aragonesa, del que algunos somos fans aquende la Raya.


Volviendo a Isabel, seguí con interés los diálogos que mantenían en Internet los televidentes y los administradores en los foros de TVE durante su emisión y confieso que hubo noches en las que me acosté admirado de lo poco que cuesta destruir la labor de generaciones de historiadores. Sin embargo, uno tiene la esperanza de que no es lo mismo vencer que convencer, y que llegará un tiempo mejor para las Humanidades, para la Cultura en general.

De no ser así, no hubiese sido nuestra historia.

Hace muchos, muchos años, escuché la historia de un triunfador. Un hombre "hecho a sí mismo" que alcanzó el éxito en su mundo profesional, no recuerdo en qué campo. Procedía de un pueblo, quizá no lejano a cualquiera de los nuestros, y de una familia humilde.

En cierta ocasión, por motivo de la concesión de un premio, tuvo que llevar a sus padres a una cena llena de glamour, y el winner hizo todo lo posible por disimular su relación con aquellos dos ancianos que se habían colado en la sala, que le recordaban su procedencia. El narrador de la historia no escatimó adjetivos para calificar a aquel individuo, entre los que estaban: baboso, cipote, tarado, el so acomplejao, y otras lindezas así.

Siempre recuerdo esta historia y la indignación que nos produjo a la audiencia conocer cómo su protagonista, aquel pobre hombre, se avergonzaba de sus orígenes rurales y llanos. Creo que las personas y grupos humanos que se cuidan de (re)conocer sin prejuicios su pasado son mejores, se comprenden y comprenden mejor a los que les rodean. Avanzan. No me interesan fenómenos que nunca han sucedido o que han podido ser inventados o maquillados para hacernos más que los demás. Me apasionan los hechos que nos vinculan a los otros;  me apasionan los hechos que nos hacen más terrenales, más humanos.

Creo que esto es lo que he tratado de exponer en estos meses: nuestra historia podría haber sido de otra manera pero, como concluye Emma Suárez en Sobreviviré  (1999) de haberse desarrollado así, no habría sido la nuestra.

¡Feliz verano a todos y a todas!

Fte.: http://www.filmaffinity.com/es/film431790.html






2 comentarios:

  1. Muy bien Diego. Estoy contigo en que los hombros que soportaron el devenir de la historia fueron hombros silenciosos que no aparecen en ningún manual. Hombros que con sudor, privaciones y obediencia, a veces excesivamente humillados y hambrientos produjeron para que reyes, nobles y clero viviran mejor que ellos.
    Continua con tu blog y tus aportaciones. Un abrazo Mariano Marco Yagüe (Ambos padre y madre me aportaron este nombre que uso)

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  2. Gracias Mariano, por los ánimos!! Venimos de donde venimos, y hay que estar orgullosos de eso. Las clases privilegiadas son las mejor documentadas, pero creo que es momento, como dices, de poner de manifiesto que los trabajadores, explotados, marginados... también tuvieron historia.
    Un fuerte abrazo, a ver si nos vemos pronto.

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