domingo, 7 de junio de 2015

Microhistorias molinesas (III).  Tocar a nublo.


Campana de Cobeta (Sesma del Sabinar). Siglo XVIII. 
Fte. Imagen: Ricardo Quiles.

Como se comentaba en la entrada anterior, una de las formas más habituales de conjurar las tronadas era tocar las campanas. Las campanas, por su carácter sacro, por su bendición especial, por su bautismo, poseían unas propiedades, según las mentalidades del pasado, que las convertían en elementos ideales para proteger a las poblaciones y sus términos de las tormentas, muchas veces provocadas por las huestes adversas.

Durante siglos, basadas las poblaciones en estas convicciones, se mantuvo la costumbre de tocar a nublo, y en los contratos que parroquias y concejos hacían a los campaneros-sacristanes, se especifica siempre, hasta el siglo XX incluso, su obligación de tocar para este fin. En 1847 hallamos el contrato de un campanero en Alustante, acordado en sesión del Ayuntamiento con la presencia del párroco, y entre los muchos puntos del mismo se encontraba:

"hacer señal con la campana cuando se dé la santa unción y tocar a nublo según costumbre; ha de ser a su cargo igualmente regir el reloj, dándole doce reales y demás necesario por todo el año". (A.M.Alust., sign 3.3, 13v.).

Cuándo se toca a nublo

 En determinadas zonas de León y de Castilla, se tocaba en la víspera de Santa Brígida (31 de enero por la tarde) (Suárez, 1997: 394), y se tenía por creencia que tocando en los tres primeros días de febrero se evitaban las granizadas de todo el año pues "en aquellos tres días se cuaxa el granizo, que en el discurso del año ha de dañar los frutos" (Feijoo, 1750: 165). 

También el día de Santa Águeda (5 de febrero) parecía ser otro de los días en los que se tocaba a nublo con ese mismo fin . Ésta debía de ser la razón por la cual era costumbre tocar las campanas aquella noche, con la particularidad de que eran las mujeres las que ejecutaban estos toques, los cuales fueron prohibidos en el siglo XVII, de lo cual queda constancia en el obispado de Sigüenza en 1655 y en el arzobispado de Zaragoza en el sínodo de 1697 (Gelabertó, 1996, 106). En nuestro antiguo obispado se dictaminó:



Y porque estamos informados que la noche de Santa Águeda y Santa Brígida, y de los difuntos, acostumbran algunas mugeres a tocar las campanas, assí las de los sacristanes como otras, de que se pueden seguir los inconvenientes que se dejan ver, mandamos a los curas que por ningún caso lo consientan, ni tampoco que ninguna de las dichas mugeres, aunque sea la del sacristán, se queden de noche en las iglesias, y si lo hizieren, los curas las eviten de las horas y oficios divinos, y las penen por cada vez en dos reales para la fábrica de la iglesia (Santos, 1660: 55).

Es posible que en esta prohibición hubiese un doble transfondo: misógino y anti-superticioso. Y si en el obispado de Sigüenza parecía pesar más lo primero, en el arzobispado de Zaragoza se tenía más en cuenta que estos toques se realizaban "la noche de Santa Águeda, so color supersticioso y observancia vana, que en aquélla se forman o engendran los nublados(Gelabertó, 1996, 106). Quizá por esas razones en las que la cultura popular resulta ser más fuerte (o al menos mejor corredora de fondo) que la cultura oficial, se conservó esta costumbre en pueblos del Señorío, como Fuentelsaz, donde pudimos registrar hace años un repique que se hacía para Santa Águeda.


Audiovisual: Repique de Santa Águeda. Fuentelsaz.
Fte.: Elaboración propia.

Tras ese prolegómeno que se centraba en los primeros días de febrero, el toque se comenzaba a hacer el 3 de mayo, día de la Invención de la Cruz.  Por norma general se tocaba a medio día en el momento en el que se rezaba el Ángelus, de modo que durante el periodo del año en el que duraba su ejecución sustituía al toque ordinario de oración, basado en tres series de tres badajadas espaciadas por tres silencios en los que debía caber el rezo del Ave María.  Era este, pues, un toque preventivo que se ejecutaba cotidianamente entre la primavera y el verano, hubiese o no amenaza de tormenta.

Su fecha de finalización podía ser San Pedro (29 de junio), la Virgen de Agosto (15 de agosto) o incluso el día de la Exaltación de la Cruz (14 de septiembre), de modo que en muchos lugares en los que regía esta última fecha se hablaba de que el toque cubría “de Cruz a Cruz”. Como se puede observar, fueran cuales fuesen las fechas en las que se tocaba a nublo, todas ellas tenían una incuestionable relación con ciclo agrario. 

Aparte de estos toques preventivos, claro está, el toque de nublo se repetía en el momento real en el que amenazaba la tormenta. Era entonces cuando el toque cobraba todo su sentido. No he llegado a saber quién era el que pedía al campanero que subiera a tocar en estos momentos tan comprometidos para la comunidad, o si era el propio campanero el que sabía por experiencia propia y colectiva, el momento más indicado para ejecutarlo. Es muy probable, no obstante, que fueran los oficiales de los concejos los que dispusieran cuándo había que tocar.

Se habla de la peligrosidad que conllevaba este toque para el campanero (Llop y Alvaro, 1986: 28) e incluso de las muertes de muchos de ellos alcanzados por el rayo (Ariño, 1988:145 apud Alonso, 1993:145). Parece obvio (hoy) que era una temeridad subir al campanario en medio de una tronada y estar manejando unos objetos de metal pero, sin duda, era mayor la necesidad que la percepción de peligro. Asimismo, "la cultura popular rural construía en torno a la campana toda una devoción por su supuesto carácter infalible rompedor de mil nublados. Para el limitado horizonte cognitivo de la cultura campesina no hay duda de que esta propiedad tendría un valor de ciencia exacta". (Gelabertó, 1991: 332).

Cómo se toca a nublo.

La sensación de haber llegado tarde es una de las que más frustración producen en el investigador. Pensar que durante siglos se ha estado repitiendo un fenómeno antropológico determinado y que las personas que lo han reproducido tan solo hace unos años que han muerto y que las que lo han conocido apenas recuerdan unos pocos detalles, a veces inconexos, es muchas veces decepcionante.

Si a esto se une el desinterés social e institucional que ha habido y todavía hay por preservar dichos fenómenos culturales, la labor del investigador, no solo se desarrolla hoy en una precariedad antológica sino que esto seguirá sucediendo en el futuro. Con el consiguiente empobrecimiento cultural de los pueblos. Claro está, hablamos de un patrimonio "poco importante"  de ese que aquí se ha despreciado sistemáticamente (de nuevo nos topamos con la Subcultura del ¡bah! ) y que en otros territorios españoles y, por supuesto, en Europa, se valora como una de las herencias más apreciadas.



Audiovisual sobre la conservación de toques de campanas en Inglaterra.

Así pues, si bien he podido comprobar que en todos los pueblos del territorio de Molina alguien recordaba que el toque de nublo se hacía en el pasado, muy pocas personas sabían exactamente cómo se tocaba. He de decir, sin embargo, que yo lo aprendí en Alustante a través de mi abuelo Juan que, ya enfermo, me lo canturreaba moviendo los brazos, como si tocara realmente las campanas y, años después, ya en el campanario, pude confirmar, gracias a Antonio Sánchez Rezusta "Olemaña", hijo del campanero que precedió a mi abuelo, que el toque era tal como se me había transmitido en casa. He de decir que fue todo un cúmulo de casualidades, pero lo importante es que logré aprender el toque.

Extrapolar un caso particular a un ámbito general siempre es arriesgado, aunque es muy probable que el toque fuera muy parecido en el resto del Señorío de Molina e incluso de buena parte del antiguo obispado de Sigüenza. Es sabido que estos toques, al incitar a la oración, a plegarias populares, también acabaron inspirando cancioncillas, a través de las cuales quizá podemos averiguar qué ritmos predominaban en estos toques.

Aunque hay más temas rítmicos en la Península para tocar a nublo nos hemos fijado en dos de ellos: el llamado tintilinublo (que reproducimos en el vídeo), y el tema tente-nube, cuya extensión geográfica fue tal que se encuentra tanto en Aragón como en León y Castilla, e incluso se han hallado variantes en Sudamérica. En realidad son muy parecidos uno y otro, de modo que es probable que procedan del mismo tema rítmico: el tente-nube se basa en grupos de cocheas (a veces con una negra al inicio de compás) y el tintilinubo ha adquirido más notas de adorno.

El primero de los dos temas, el tente-nube, basa su nombre precisamente en la recitación de unos versos como fórmula nemotécnica que, al menos en el área leonesa era así: "ten-te-nu-be, ten-te-tú, qué-más-pue-de-Dios-que-tú" (Suárez, 1997, 395). Sin embargo, sin duda existieron otras pequeñas cancioncillas que acompañaron a este popular tema, una de ellas la conocidísima Santa Bárbara bendita, que precisamente en el Señorío de Molina decía:


Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita,
si es de agua ven acá
si es de piedra tente allá.
...
De los moros es la piedra
de nosotros es la cruz.
Pater noster, Amén Jesús. (Sanz, 1985: 197)

Que se conservaran en el territorio oraciones, canciones, poemas siguiendo este ritmo, indica que quizá el tente-nube también pudo oírse desde los campanarios de nuestros pueblos.

En cuanto al tintilinublo, la existencia de cancioncillas que lo acompañaban fue demostrada por José Antonio Alonso en tres versiones recogidas en otros tantos pueblos del antiguo obispado de Sigüenza: Robledo de Corpes (Tierra de Jadraque), Sienes (Episcopalía de Sigüenza) y Ciruelos del Pinar (Tierra de Medinaceli) (Alonso, 1993: 162), lo cual indicaría que al menos este toque (y quizá alguno más) habría tenido una difusión diocesana. Veamos la letra del tíntilinublo en Ciruelos del Pinar:

Tintilinublo
que viene nublo
con una mula blanca
y otra negra.
Dile a la abuela que toque la vihuela;
dile al pastor
que toque el tambor;
dile a Perico
que toque el abanico.
Y si no lo toca bien
que le den
que le den
que le den
con el rabo de la sartén.

En el territorio del Señorío de Molina, Mariano Marco publicó en el periódico Labros unas valiosísimas coplillas que muestran aproximadamente cómo podría ser los temas rítmicos de este tipo de toques en el conjunto de la comarca (Marco, 2002: 4):

Ténterenulo que viene nulo (sic)
por el cerro de la Mesa,
con los ángeles de San Juan;
que sea de agua y no de piedra,
por el bien y por el pan.

Ténterenublo que viene nublo
por los cielos de Aragón;
si es con agua, que nos llueva
y si no vaya con Dios.

Tántara tin, tántara tan,
unos vienen y otros van,
las mañanas de San Juan.


Audiovisual: Tintilinublo. Alustante (Sesma de la Sierra)
Fte.: Elaboración propia.
Puesto que, aparte del toque de nublo ordinario, interpretado a medio día, el toque se repetía cuando llegaba de verdad la tronada, y que además de la atribución sagrada de las campanas, en este caso también se valoraba el ruido por su poder contra el nublado, cabe también la posibilidad de que, como ocurría en tantas partes de Europa, el toque de nublo en estos casos consistiese en un bandeo general de las campanas

Así pues, Francesc Llop registró a principios de la década de 1980 esta costumbre en la comarca de Sobrarbe. Este ritual se encuentra documentado en multitud de lugares: en el siglo XVIII en la Auvernia de modo que: "le guste o no, en la mayor parte de la provincia, el cura debe permitir que sus parroquianos lancen las campanas al vuelo para alejar la amenaza de granizo en caso de tormenta" (Goubert, 1976). El hecho de hacer sonar las campanas a carillon tras ciertos toques a badajo, durante una tormenta, habría alcanzado en Francia la década de 1990 (Sutter, 2007: 10).

Vigencia y desaparición del toque de nublo.

La creencia sobre la efectividad de este tipo de toques, en el ámbito popular al menos, parece ser que se mantuvo vigente hasta las décadas de 1940-60, pero desde al menos el siglo XVI en el ámbito de la cultura oficial, este tipo de prácticas comienzan a cuestionarse.

Eugenio Moreno Alonso (1924-2014)
Campanero de Tartanedo (Sesma del Campo).
Fte. imagen: Elaboración propia.

El Pontificale Romanum, esto es, el libro donde se contienen las ceremonias, bendiciones, funciones, etc. pontificias y episcopales, conservó a lo largo de los siglos fórmulas rituales que ponían de relieve, con claridad, las propiedades apotropaicas de las campanas:

 “(…) donde quiera que suene esta campana, huya lejos la fuerza oculta, la sombra fantasmal, el ataque de los torbellinos, el golpe del rayo, la herida de los truenos, la calamidad de las tempestades y todo espíritu de las tormentas (…) y cuando su melodía suene en los oídos de los pueblos, crezca en ellos la devoción de la fe, y expulse lejos todas las asechanzas del enemigo, el estruendo del granizo, los torbellinos, el ímpetu de las tempestades; que los soplos de los vientos se tornen provechosos, y acaben amainando; dobléguense a tu diestra las potestades del aire; que al oír esta campana tiemblen y huyan ante la santa cruz de tu Hijo representada en esta bandera (…)” (Trad. propia apud Ferreres, 1910: 43-45)*.

Sin embargo, en el siglo XVI ya se observan intentos por explicar de una forma racional, sin eliminar del todo lo anterior, el efecto que había atribuido a las campanas sobre las tormentas. Así pues, el matemático y eclesiástico, natural de la vecina Daroca, Pedro Sánchez Ciruelo, en su tratado Reprouación de las supersticiones y hechizerías, editado en Salamanca en 1538, condena la fe en los nigrománticos y en los que se dicen “públicos conjuradores”, esto es, personas que cobraban por hablar con las nubes, cargadas de demonios, para que se alejaran de los poblados, señalando “que todas estas cosas comúnmente vienen por curso natural de sus causas corporales, y no porque los demonios las trayan”. (Sánchez, 1538: 43r).

 Con todo, Ciruelo aún consiente que “dado caso por nuestros pecados alguna vez acabo de muchos años permita Dios que los diablos trayan nublados y tempestades a nuestra tierra, aquello es por maleficio de algún nigromántico que haze cerco e inuoca a los diablos para hazer mal y daño en algún lugar, y aun algunas vezes lo hazen los diablos por mandado de Dios, que está ayrado contra algún pueblo” No obstante, la lectura detenida de la obra Ciruelo sobre este tema vierte muchísima más razón que superstición, lo cual debió de influir enormemente, ya por aquel entonces, entre las clases instruidas o, al menos, las no incluidas en la categoría de la “simple gente”, especialmente en el clero.

Como matemático, Pedro Sánchez Ciruelo también intenta explicar el sentido de tocar las campanas ante la amenaza de tormentas:

En este caso de tempestad de nublados, el remedio natural es que se hagan los mayores estruendos y mouimientos que pudieren en el ayre, conviene a saber: que hagan tañer en torno y a soga las mayores campanas que ay en las torres de las yglesias y las que más rezio sonido hagan en el ayre y junto con esto hagan soltar los más rezios tiros de artillería que se pudieren armar en el alcázar o fortaleza de la cudad, los tiren contra la mala nuue.

“La razón desto es porque ella es vna espesura o congelación hecha por el frío, y haziendo aquel grande mouimiento en el ayre con las campanas y bombardas, despárzese y caliéntase algo el ayre,  y ansí la nube se disuelue o derrite en agua limpia sin granizo o piedra, y también hazen mouer de allí la nuue a otro lugar con el grande mouimiento de ayre” (Ibídem: 54r).

Salamandra en una campana de Hombrados (Sesma del Pedregal)
Fte. imagen: Elaboración propia.

Sin duda, ya por influencia de teóricos como Ciruelo, parece haber entre el clero seguntino disensiones contra los poderes civiles locales, lo cual se ataja desde el Sínodo diocesano de 1655, conservando la vigencia de estos toques y justificándose por la preservación de las cosechas, de las que se extraen los diezmos:

 “Otro si, por quanto estamos informados que algunos curas impiden a los concejos el aprovecharse de las campanas de la iglesia parrochial para tocar a nublo, y para quando es necesario, que se junten a concejo, mandamos a los curas, que por ningún caso se lo impidan por ser en beneficio público; con tal, que si por culpa suya se quebraren, tengan obligación a su reparo, y exortamos a los curas, que cuando amenaza tempestades en verano, cuiden de conjurar, por lo mucho que importa a ellos y a los demás interesados en los diezmos” (Santos: 1660: 55).

Hay que tener en cuenta que las Constituciones emanadas de este Sínodo se mantienen vigentes nada menos que hasta 1948, año en el en que el obispo D. Luis Alonso Muñoyerro convoca uno nuevo. No obstante, esta disposición acerca de los toques de concejo y nublo se conservan y, aunque, evidentemente ya no se habla de diezmos (abolidos en la primera mitad del sigo XIX), se continúa hablando de beneficio público para  la preservación de estos toques (Alonso, 1948: 178). Esta sería la razón por la que se conservaran en los pueblos de la antigua diócesis de Sigüenza hasta hace no demasiadas décadas.

A preservar el patrimonio tocan.

Como causa directa, aparente, la desaparición del toque de nublo se encuentra en el cambio litúrgico que se da en la Iglesia Católica en las décadas de 1960-1970, sin embargo, la causa última (o primera) está en el profundo cambio social y mental que ha experimentado el medio rural español.

Hoy, desde luego, nos parecería del todo impensable seguir interpretando estos toques con el fin de deshacer una nube, más aún cuando, tras casi cuarenta años de recibir día tras día información del Metosat en nuestras casas, se sabe que no existe una relación causa-efecto entre el sonido de las campanas y la circulación general de la atmósfera, lo que justificaría de sobra que la razón de ser de estos toques ha desaparecido por completo. 


No obstante, su conservación no es para nada una cuestión descabellada. Desde hace tiempo, el patrimonio cultural intangible se está comenzando a valorar tanto a escala internacional como nacional y regional. En mi opinión, reconocer su valor y dotar de protección a aspectos culturales inmateriales mantenidos durante siglos, elevarlos al nivel del interés que gozan ciertos monumentos, objetos o restos tangibles, está siendo uno de los grandes logros de las sociedades de finales del siglo XX y principios del XXI.



Filomeno Escalera Benito
Campanero de Taravilla (Sesma del Sabinar).
Fte. imagen: Elaboración propia.

La UNESCO, el conjunto de la Unión Europea y, poco a poco el Estado Español, están abogando a través de diferentes instrumentos para salvaguardar este tipo de patrimonio. A escala regional, la elaboración de la Ley de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha, aunque pueda ser mejorable, también pone en el punto de mira fenómenos culturales del tipo que hemos descrito en este artículo. Sea como fuere, esta realidad nos apremia a los ciudadanos y ciudadanas -también a los vecinos y vecinas del Señorío de Molina- a seguir trabajando para que nuestra cultura inmaterial se pueda seguir preservando y transmitiendo sin complejillos, conscientemente, con dignidad, a generaciones futuras.

 Notas:
 * (…) ubicumque sonuerit hoc tintinabulum, procul recedat virtus insidiantium, umbra phantasmatum, incursio turbinum, percussio fulminum, laesio tonitruorum, calamitas tempestatum, omnisque spiritus procellarum (…) et cum melodia illus auribus insonuerit populorum, crescat in eis devotio fidei; procul pellantur omnes insidiae inimici, fragor grandinum, procella turbinum, impetus tempestatum; temperentur infesta tronitrua; ventorum flabra fiant salubriter, ac moderate suspensa; prosternat aereas potestades dextera tuae virtutis; ut hoc audientes tintinabulum contremiscant, et fugiant ante sanctae crucis Filii tui in eo depictum vexillum (…)”

Bibliografía:

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Fuentes documentales:
Archivo Municipal de Alustante. Concejo/Ayuntamiento, sign 3.3. Acta de sesión. Escritura del Sacristán. Alustante, 1847/septiembre/11, fol. 13r-v