domingo, 31 de mayo de 2015

Microhistorias molinesas (II).  Tiempo de tronadas.



Tronada en Alustante.
Fte. imagen: elaboración propia

Uno de los principios no escritos que tenían los viejos campaneros de los pueblos era no cansar con ritmos monótonos en los repiques. Con este afán, gustaban de introducir constantes variaciones en sus interpretaciones basadas en un leitmotiv, de manera que el pueblo reconocía siempre el toque pero no se cansaba de oírlo, por mucho que durase (Llop y Álvaro, 1986: 40).

Del mismo modo,  aunque seguiremos trabajando en próximas entradas sobre el tema de la geografía histórica que venimos exponiendo en los últimos meses, no quiero cansar al lector/a con una temática monocorde.

 Por ello, aunque me parece importante seguir conociendo el escenario geográfico en el que se ha desarrollado nuestra identidad molinesa, creo que ha llegado el momento de continuar con otros temas que también forman parte del mosaico del que se compone nuestra herencia colectiva.

Retomando la línea de la primera de las entradas de este blog, nos gustaría seguir contando nuestra historia desde el enfoque de  la microhistoria, una forma de investigar y exponer el pasado considerablemente novedosa y que, sin descuidar nunca los contextos generales, trata de “poner la lupa” en lugares y episodios concretos, habitualmente poco o nada tratados por la Gran Historia de reyes y batallas. Una corriente historiográfica que siempre me ha interesado por su frescura y posibilidades que ofrece.

En esta ocasión vamos a dedicar dos entradas (ésta y la de la semana que viene) a sumergirnos en las mentalidades del pasado a través de las creencias y conductas humanas ante el portento siempre temido y admirado de la tronada y sus manifestaciones muchas veces dañinas: el rayo, la centella, el granizo.

Rituales contra las tormentas.
El ser humano ha temido desde siempre la tormenta y sus efectos devastadores, especialmente para sus propiedades raíces, inmuebles y semovientes, y para el mismo. En el Señorío de Molina todavía hemos escuchado palabras que sustituían a otras consideradas tabú, y por ello impronunciables, para denominar a las nubes, al rayo y la chispa eléctrica. Así, se habla de turbiones, exhalaciones y malas cosas para referirse a este tipo de fenómenos meteorológicos. También el granizo, la piedra, era otro de los grandes temores que inspiraba la tormenta.

Tenazas abiertas en forma de cruz.
Fte. Imagen: elaboración propia.

Hoy en día, que una cosecha se pierda no supone que deje de haber pan en la panadería, la tienda o el supermercado, pero cuando la economía era eminentemente local, que se apedreara una cosecha  no solo suponía la consiguiente pérdida del trabajo de todo un año.

No queremos subestimar de ningún modo lo que supone para el agricultor actual la pérdida de su cosecha, pero también es cierto –y esto ya lo comentaba Sanz y Díaz hace décadas- este riesgo se cubre, en lugar de con jaculatorias, con pólizas de seguros (Sanz, 1985: 197). Aunque suene un tanto frívola esta reflexión del folklorista e historiador peralejano, lo cierto es que éste ha podido ser uno de los factores clave que ha supuesto un cambio drástico en la mentalidad del trabajador de la tierra en las últimas décadas.

En el pasado, por el contrario, la casi exclusiva dependencia alimentaria de los productos de secano  y unos pocos productos locales de huerta, unido al alto coste de los transportes, incluso de un pueblo vecino a otro, la pérdida de una cosecha suponía la ruina para las familias de toda la comunidad local y posibilitaba la llegada del hambre. También el rayo podía matar los animales de labranza o una buena parte de un rebaño, o podía incendiar la vivienda o la majada, lo que suponía una evidente calamidad para una casa. Esto sin contar con la muerte de uno o varios de los miembros de la familia: una auténtica tragedia.

Por ello, era imprescindible defenderse de este tipo de meteoros. Hay recuerdo en los pueblos (o lo había hasta hace unos pocos años, concretamente yo recogí hace años la noticia en Traíd) de la existencia en el pasado de determinados rituales en los que los párrocos salían a las puertas de las iglesias, o incluso subían a las torres, con la Sagrada Forma contenida en custodias o con relicarios de santos a fin de conjurar las tronadas. Y es interesante que este recuerdo se haya mantenido,  porque ya en el siglo XVI se cuestionaban estas costumbres (Sánchez, 1538: 44v) y en el XVIII ,las visitas pastorales insistían en la inconveniencia ese tipo prácticas (Sanz, 2007: 5), lo cual indica hasta qué punto el ser humano que ha habitado en nuestra tierra, hasta hace poco, se sentía dependiente exclusivamente del cielo.

Existían además múltiples rituales populares que, seguro, podrían describir otras personas mucho mejor que yo. Unas mantenían formas claramente piadosas, como era la recitación de oraciones, como la oración de Santa Bárbara o San Bartolomé o encender candelas desde el inicio de la tormenta hasta su finalización; otras, aunque basadas más o menos en la ortodoxia católica, eran rayanas a lo mágico.

Recuerdo que mi abuelo Juan, sacristán del pueblo hasta su muerte en 1990, hacía unas cruces con la cera sobrante de las velas del monumento eucarístico de Semana Santa, cera por lo tanto bendecida. Estas cruces se daban casa por casa el día de Sábado Santo, a las que llegaba diciendo en cada portal: "¡Cuaresma fuera!". A cambio de estas cruces percibía una iguala por sus servicios a la comunidad; se fabricaban con un molde de patata, se calentaban y se pegaban cercanas a las chimeneas o a los vanos (los lugares más vulnerables de la casa), siempre en el interior.



Audiovisual: Fabricación de cruces de cera contra las tormentas.
Fte.: elaboración propia.

José Antonio Alonso recoge, asimismo, numerosas prácticas, creencias y supersticiones en torno a este fenómeno en un artículo que recomiendo encarecidamente a los interesados por estos temas (Alonso, 1993: 143-182)*. De este modo, recoge el uso de la cruz patriarcal de doble brazo (la Cruz de Caravaca) como defensora contra las tormentas en pueblos como Castellar, Campillo de Dueñas, El Pobo, Cubillejo de la Sierra, Cubillejo del Sitio y Tierzo.


Cruz de doble brazo en uno de los estribos de la ermita de San Sebastián. 
Alustante.
Fte. imagen: Elaboración propia.

El hecho de que las cruces de doble brazo o patriarcales (así es preferible llamarlas) se convirtieran en el pasado en amuletos contra las tormentas parece estar en que de las pocas que hubo repartidas por la Cristiandad, como símbolo del patriarca de Jerusalén, algunas de ellas en manos de contados dignatarios eclesiásticos y príncipes, contenían la reliquia del Lignum Crucis, es decir una (supuesta) astilla de la Cruz de Cristo. 

Sin embargo, parece ser que en la Península, además de por esta razón, la cruz patriarcal comenzó a considerarse un símbolo cuasi-mágico a través de leyendas y tradiciones como la de la cruz patriarcal de León, llamada "la del fuego" pues fue echada a la hoguera en ordalía o juicio de Dios para comprobar si la reliquia que contenía era o no auténtica. En ella parece ser que pone: "Esta es la cruz milagrosa que saltó del fuego" (de la Fuente, 1886: 184). De ahí a considerarse un amuleto contra fenómenos ígneos, como el rayo y la centella, y acaso la pavesa o chusta que provoca el incendio doméstico, poco había.

José Antonio Alonso también comenta muchas otras costumbres.  En Tartanedo se arrojaban a la calle las tenazas de la lumbre abiertas para que adoptaran la forma de cruz, se sacaban crucifijos a las calles  y se recitaba la oración a San Bartolomé, no solo por ser patrono del pueblo, sino uno de los abogados contra las tormentas en toda la Cristiandad. También se sacaban los Santos Misterios (unos corporales ensangrentados, tenidos por reliquia, muy parecidos a los de Daroca) al atrio de la iglesia.

Las piedras protectoras son otro de los aspectos a los que dedica José Antonio Alonso un interesante apartado. En Villel de Mesa se recogían piedrecillas durante la Semana Santa que se arrojaban a la calle cuando había tormenta. También en Checa existía una costumbre parecida: los muchachos recogían las piedras mientras tocaban las campanas a Gloria el Sábado Santo, las cuales se guardaban y se arrojaban a la calle durante las tronadas.









Cruz patriarcal con sendas rosas exapétalas (simbolizan los dos luceros mayores: el sol y la luna) junto a los anagramas de Jesús y María. El triángulo inferior, a veces sustituido por una grada, es el monte Calvario. Cubillejo de la Sierra.
Fte. imagen: elaboración propia  

En Alcoroches en  la mañana de San Juan se iba al campo al amanecer y se ponían las piedras boca arriba para proteger las cosechas del granizo. Como ocurre en otras muchas partes de la Península, también había creencia en las llamadas piedras del rayo, las cuales resultan ser hachas y puntas de flechas talladas paleolíticas y pulimentadas neolíticas, las cuales se creía que eran la parte dura que dejaba el rayo al caer, las cuales eran conservadas en las casas como elemento protector. Escalera es uno de los puntos en los que Alonso recoge esta práctica.

En realidad en estos gestos nos encontramos con una suerte de magia empática, en la que la piedra protege de la piedra y el rayo (doblemente la piedra del rayo) defiende del rayo.

Otros instrumentos protectores eran las trébedes * * las cuales, en la tormenta, se sacaban a la calle en Checa y en El Pobo y se ponían con las patas vueltas hacia el cielo. De algún modo se trataba de una posición desafiante, contraria a la nube cargada de granizo (Alonso, 1993: 171). Acaso habría que preguntarse si a estas trébedes no se les atribuía unas propiedades mágicas como una reminiscencia antiquísima, por hallarse habitualmente en la parte más sagrada de la casa: el hogar.

Todavía en la actualidad –en mi casa- se ponen los ramos de buje bendecido el Domingo de Ramos en las ventanas y balcones, como elementos protectores contra las tormentas "y para protegernos de todo mal". Las atribuciones de este elemento se llegan a sublimar de modo que llegó a existir la práctica de "sembrar" los ramos en los campos para protegerlos de las tempestades. Así se documenta en El Pobo en 1699, que el día de la bendición de los campos de dicho año (3 de mayo) se plantaron los ramos bendecidos el Domingo de Ramos (Checa, 1987:123 apud Alonso, 1993: 172).

Reja con ramo bendecido. Alustante.
Hay que tener en cuenta que las rejas solían rematarse con cruces, que no solo son adornos, sino motivos de un profundo carácter simbólico y protector.

Las campanas, sus funciones apotropaicas y otras devociones.

El rico mundo de las campanas, con su lenguaje simbólico, también intervenía en estos momentos de peligro para la comunidad toda. Hay que tener en cuenta que las campanas han sido consideradas históricamente objetos sagrados de primer orden. De hecho, su bendición era solemnísima y solo podía ser llevada a cabo por el obispo de cada diócesis, o delegados muy exclusivos, por lo que las visitas pastorales suelen ser momentos ideales para documentar estas bendiciones. El ritual de bendición estaba recogido ya en las Capitulares de Carlomagno (Capitular III del año 789) (Ferreres, 1910: 34).

Durante siglos se atribuyó a las campanas multitud de funciones, la mayoría de las veces de convocatoria, tanto a funciones religiosas como civiles, pero también funciones apotropaico-simbólicas, es decir, de defensa y sacralización de espacios por medio de su sonido, sus inscripciones e incluso su decoración.

La campana grande  o Santa Bárbara de Fuentelsaz contiene una inscripción que, en buena  parte, resume  las funciones que tenían las campanas DEVM VERVM LAVDO VOCO PLEBEM CONGREGO CLERUM ORO DEFVNTOS FVGO PESTEM FESTA DECORO (Canto al Dios verdadero, llamo al pueblo, congrego al clero, oro por los difuntos, ahuyento a la peste (o las epidemias en general),  amenizo las fiestas).

Campana "Santa Bárbara". Fuentelsaz.
Fte. imagen: elaboración propia.

Asimismo, en la torre de Santa María la Mayor de San Gil de Molina hay una campana gótica del campanero-fundidor Johan de Avín en la que se puede leer: PER HOC SIGNUM CRUCIS LIUERANOS DOMINE A CUNCTIS PERICULIS (Por este signo de la Cruz, líbranos Señor de todos los peligros), refiriéndose a la cruz que lleva gravada. También hay otra campana interesante en este aspecto en Anquela del Pedregal  con el siguiente epígrafe: ECCE CRUCEM DOMINI FUGITE PARTES ADVERSE (He aquí la cruz del Señor, huid huestes adversas). Una cruz que llevan grabada todas las campanas y que, salvo por ignorancia de los trepadores que colocaban las campanas, siempre quedaba en la parte exterior del campanario.

Los peligros y las huestes adversas a las que se refieren las inscripciones de estas campanas no son siempre físicas y muchas veces aluden a los demonios que se creía se alojaban en las nubes tormentosas, como explica con detalle la Legenda aurea  (siglo XIII):

los tiranos, cuando ven flamear en las tierras que han usurpado los estandartes del verdadero señor de ellas y oyen los sonidos de las trompetas, se llenan de pavor y huyen. También los demonios, que suelen andar ocultos entre las brumas del aire, al ver las banderas de Cristo, que son las Cruces, y al oír los repiqueteos de las campanas sienten un miedo espantoso y escapan.
Esta es la razón, al menos así comúnmente se cree, de que la Iglesia tenga la costumbre, desde muy antiguo de hacer sonar las campanas cuando amenaza alguna tormenta, porque los demonios, que son quienes alteran el aire y producen las tempestades, en cuanto oyen esas trompetas de Jesucristo huyen despavoridos y abandonan la mala tarea que estaban haciendo.
Claro que también la práctica tradicional de tocar las campanas cuando hay tormenta puede obedecer al deseo de avisar e invitar a los fieles a que se entreguen a la oración mientras dura el peligro(Vorágine, S.XIII, I, 297-298).
Así pues, las tormentas eran conjuradas a través del toque de las campanas, de modo que en  otro texto que se encuentra en ellas es: A FULGURE ET TEMPESTATEM LIBERANOS DOMINE (Del rayo y la tempestad, líbranos Señor). En este caso se trata de un texto que aparece en una preciosa campana gótica localizada en Hombrados.

Aparte de la invocación directa a Dios o a la Cruz, los santos podían ser también defensores contra las tormentas, siendo sin duda Santa Bárbara la abogada predilecta contra las tormentas. La Legenda Aurea explica en su hagiografía cómo la santa había sido encerrada en una torre por orden de su padre, el cual fue alcanzado por un fuego misterioso “que lo abrasó y consumió tan absolutamente que en el lugar donde esto ocurrió no quedaron ni siquiera las cenizas de su cuerpo(Vorágine, s. XIII, II: 902). Ese hecho habría supuesto que la Iglesia le atribuyera el poder de dominar las tormentas. También por haber vivido en una torre se considera la patrona de los campaneros.


Santa Bárbara en la campana "San Julián" de Morenilla
Fte. imagen: elaboración propia.

Así se explica la dedicación de decenas de campanas a esta santa en el Señorío (y en toda la antigua Cristiandad). Con ella (y necesariamente con otra campana más) se hacían los toques de nublo y, muchas veces, solía colocarse en los vanos de las torres orientados hacia el lado de donde provenían o se formaban generalmente las tormentas. A veces las campanas, aunque estaban dedicadas a otro santo o santa, llevaban la imagen de Santa Bárbara, así la campana San Julián de Morenilla lleva una imagen de Santa Bárbara

Además de ésta, había otros santos a los que se les atribuían facultades contra las tormentas. Era el caso de San Bartolomé, el cual fue capaz de dominar al demonio, y Santa Águeda, cuyo epitafio (Mentem sanctam spontaneam honorem Deo et patria liberationem) (Con mente santa y espontánea, honor a Dios y liberación a la patria) es una de las frases repetidas al menos en dos campanas góticas: una de Molina y otra de Terzaga.


Audiovisual: Faustina Pérez Rueda, de Alustante, recita la oración de San Bartolomé.
Fte.: elaboración propia.

Otro santo que tiene representación indirecta como protector en las campanas es San Benito. Efectivamente, en las campanas puede encontrarse en ocasiones la llamada Cruz de San Benito, una cruz patada inserta en un óvalo en el que se encuentran escritas las iniciales de la oración de San Benito, destinada a conjurar maleficios y enfermedades, habiéndose denominado en el pasado Cruces contra las brujas (Alonso y Sánchez, 1997: 68-69); esta representación se puede encontrar todavía en una de las campanas de Santa María la Mayor de Molina.

Evidentemente, cada pueblo tenía sus santos defensores a los que se dedican no solo campanas sino pairones y ermitas y a los que se les atribuyen localmente propiedades contra las tronadas. No hemos de olvidarnos de los Santos de la Piedra, San Abdón y San Senen, de los cuales Sanz y Díaz recoge una pequeña oración (Sanz, 1985: 197).

San Abdón y San Senén,
la piedad divina os hizo
dulcísimos protectores
contra la piedra y granizo.
¡Salvad a los labradores!

Aunque quizá es redundante, puesto que se vuelve a hablar de la Cruz como elemento protector, es interesante hablar de las cruces de Santo Toribio. Eran éstas crucecitas que se comercializaban desde el monasterio de Liébana y servían para conjurar las tormentas. De este modo, en Alustante, en las cuentas parroquiales de 1797-98, aparece el gasto de “ocho reales, coste de dos cruces de Sto Toribio para conjurar, tocadas en el brazo derecho de la cruz en que murió Jesús Christo” (Vid. Sanz, 2007, 5).

(Continuará la próxima semana).

Notas:

* Agradezco a Noelia Esteban Amate, encargada de la Sección Local de la Biblioteca Provincial de Guadalajara, siempre tan eficiente, el envío de este interesante artículo de José Antonio Alonso. Recomendamos desde aquí el uso y la consulta de este fondo de la BPGU donde se encuentra una gran parte de la bibliografía provincial y regional.

* * Aunque son unas piezas todavía fáciles de ver en las casas (casi mejor en las cámaras o desvanes)  las trébedes -para los más jovenes- eran unos objetos de hierro que servían para apoyar los recipientes en la lumbre. En el vídeo sobre la elaboración de las cruces de cera hay una secuencia en la que se muestran unas trébedes con posibilidad de uso para sartén.


Bibliografía: 

ALONSO PONGA, José Luis y SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio. La campana: patrimonio sonoro y lenguaje tradicional. Valladolid: Fundación Joaquín Díaz, 1997.
ALONSO RAMOS, José Antonio. "Supersticiones y creencias en torno a las tormentas" en Cuadernos de Etnología de Guadalajara, nº 25 (1993), pp. 143-182.
CHECA LÓPEZ, Gregorio. Historia de El Pobo de Dueñas. Guadalajara, 1987.
FERRERES, Juan B. Las campanas. Tratado histórico, litúrgico, jurídico y científico. Madrid: Admon. de Razón y Fe, 1910.
FUENTE, Vicente de la. "La cruz patriarcal, o de doble traversa, y su antigüedad y uso en España; a propósito de la Cruz de Caravaca" en Boletín de la Real Academia de la Historia, nº (1886), pp. 177-188.
LLOP I BAYO, Francesc y ÁLVARO, Maricarmen. Campanas y campaneros. Páginas de tradición (3). Salamanca: Diputación de Salamanca, 1986.
SÁNCHEZ CIRUELO, Pedro. Reprouación de las supersticiones y hechizerías. Salamanca, 1538 (BNE, R-MIcro/31254).
SANZ MARTÍNEZ, Diego. “Las obras de la iglesia de Alustante en el siglo XIX” en Hontanar, nº 44 (jul. 2007), pp. 4-7.
SANZ Y DÍAZ, José. “Etnografía de las tormentas. Los mitos antiguos en el Señorío de Molina” en Revista Folklore. nº 60 (1985), pp. 196-197.
VORÁGINE, Jacobo de la. La leyenda dorada. (MACÍAS, José Manuel, traductor). Madrid: Alianza Editorial, 2004, 2 vols.





4 comentarios:

  1. Diego: gracias por las citas y enhorabuena por el trabajo.
    Curioso el sistema de fundición de las cruces de cera. No lo conocía.
    Un abrazo.
    José A. Alonso

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    1. Gracias a ti, José Antonio, por tantos años de trabajo y dedicación a la cultura. Hemos aprendido (y seguimos aprendiendo) tanto de ti!!
      Un abrazo:
      Diego.

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  2. Me ha interesado mucho. Conocer la Historia de las mentalidades nos ayuda, sin duda, a comprender las nuestras. Hemos ido conjurando unos miedos, aperecen otros. Gracias a Diego Sanz por la gran tarea que desarrolla, aportando, con dedicación y esfuerzo más claridad sobre un pasado no muy lejano.

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    1. Gracias Flora. Es muy interesante lo que dices: hay un libro de Jean Delumeau que se titula así, "El miedo en Occidente", que muestra los miedos de los hombres y mujeres que nos precedieron en el tiempo. Puede que nos riamos de los temores de la gente del pasado, y de sus formas de conjurarlos, pero el miedo sigue aflorando en el ser humano bajo nuevas apariencias y por nuevos motivos, reales o imaginarios. Sin duda en el futuro alguien escribirá sobre las formas que tenemos de conjurarlos...

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