Un paréntesis en la historia.
En estas jornadas de insomnio hospitalario, aprovechando el silencio de las noches,
solo roto por el bullir de las máquinas del oxígeno y el rebullir de toses,
ayes y conversaciones quedas de enfermeras, me he dedicado a reflexionar sobre
la labor de divulgador de la historia que vengo improvisando desde hace algunas
semanas. Como conclusión, me ha parecido importante aclarar, antes de
continuar con este blog, algunos enfoques que vengo teniendo en las entradas. No es que nadie me haya pedido aclaraciones,
pero me ha parecido un deber ético hacerlas.
Castillos de Molina.
Fte. imagen: elaboración propia.
Vaya
por delante que me alegra y agradezco infinitamente el interés que observo por conocer
nuestra historia comarcal, y estoy abrumado por la buena cosecha de comentarios
de felicitación dirigidos a este aldeano metido a bloguero, pero tampoco puedo
dejar de repetirme aquello que decía el espíritu que poseía a la guapísima
Patricia Arquette en la película Stigmata (1999): “Il menssaggero non e importante”.
Una historia compleja y apasionante
Uno de
los aspectos que quiero aclarar es que nuestra historia, como la historia de
todos los colectivos humanos del planeta, no ha sido fácil; tal como ocurre con
el complejo presente, sobre el que se basará la historiografía del futuro.
Hemos visto en las entradas anteriores, por ejemplo, cómo la conflictividad
social estaba a la orden del día en las sociedades que nos han precedido en
este territorio del Señorío de Molina y quizá esto haya podido sorprender. O no,
no estoy seguro.
¿Qué se
pretende sacando a relucir a día de hoy historias de los tiempos del rey que
rabió? Pues simplemente dar a conocer una historia diferente a la que nos han
contado, lo más realista, documentada y crítica posible; huir de mitos facilones
acerca de pasados idealizados, plagados de tópicos, de princesas y heroicos
paladines; pasados que, simplemente, no existieron. El ser humano es complejo y
las comunidades en las que éste se agrupa también lo son.
La historia
muchas veces tiene una función catártica, sanadora. Adentrarse en el pasado, efectivamente,
puede resultar a lo primero chocante, a veces irritante, pero les aseguro por
mi propia experiencia que, una historia en la que se muestran tanto sus
misterios luminosos, gloriosos y gozosos como los dolorosos, lejos de
conducirme a aborrecer el espacio en que ésta se desarrolló me ha llevado
apreciarlo y a interesarme más y más por él. Y esto simplemente porque nuestro
pasado está a la altura del de cualquier colectivo humano del planeta.
"La historia muchas veces tiene una función catártica, sanadora".
Fte. imagen: elaboración propia.
Geografía e historia
Otra
cuestión que querría clarificar es que cuando se nombran pueblos o puntos
geográficos que subsisten en la actualidad, sus vecinos, moradores o posesores actuales
no deben sentirse mal por ello. ¿Acaso alguien puede ser responsable de lo que
hicieron personas que le precedieron en el tiempo, aunque ocuparan el mismo
espacio que él ocupa hoy?
Pongo
un ejemplo de la primera entrada de este blog, “Mujeres de armas tomar". Aunque
no puedo estar completamente seguro, posiblemente alguno de los crueles regidores
alustantinos que detenían a las mujeres que defendían a sus familias protestando
en las calles del pueblo fueron antepasados míos, pero ¿debo yo sentirme
responsable de los actos de personas que vivieron hace siglos, aunque comparta
lugar de residencia e incluso genes con ellos? Se trataría de una actitud de lo
más irracional por mi parte, ¿verdad?
A este
respecto suelo contar la anécdota de un hombre natural y vecino de mi pueblo,
con el que suelo hablar y del que aprendo mucho. No tiene estudios ni carreras ni títulos, ni maldita la falta que le hacen para yo considerarlo un sabio. Hace
unos años viajó a cierto país iberoamericano en el cual, en una de sus
regiones, al parecer no nos quieren muy bien a los españoles. Por lo que me
explica, sobre los españoles se han mantenido (y potenciado, incluso en las
escuelas) a lo largo de los siglos unos mitos que hacen que no seamos
especialmente bien recibidos allí.
Como
este hombre es persona aventurera y no le tiene miedo a casi nada, no dudó en
adentrarse en aquella región. Tal como esperaba, con solo abrir la boca para
dar los buenos días en un bar y pedir una cerveza (o lo que fuera), alguien se
le acercó para reprocharle lo malos, malísimos, que somos los españoles: “Es
que ustedes los españoles nos robaron el oro, y la plata…”.
El
hombre de mi pueblo se bebía la cerveza (o lo que fuera) tranquilamente y
escuchaba con parsimonia, y asentimiento, aquella perorata que sin duda tenía
un punto de letanía patriótica aprendida de memoria, y no olvidemos que hay
patrias construidas con el único argumento del odio al otro, inculcado desde la más tierna infancia.
El lugareño
continuaba: “… y violaron a nuestras mujeres, y mataron a nuestros hijos; y
también exterminaron a nuestros antepasados…”. Terminada la cerveza (o lo que
demonios se hubiese tomado), el hombre de mi pueblo levantó la mano a modo de
agente de tráfico para parar al otro, que se embalaba, y con la retranca que le
caracteriza le soltó: “Oiga usted, que yo no he hecho nada de lo que me dice,
eh”.
Imagen recomendada:
Evidentemente,
nadie puede negar, justificar, ni calibrar los horrores que se llevaron a cabo
contra las poblaciones indígenas durante los periodos de conquista, colonización
y gobierno españoles, y europeos en general, en el continente americano entre
los siglos XV y XIX, pero eso no nos convierte a los habitantes de la España y Europa actuales, con fecha de abril de 2015, en ladrones de oro y plata (bueno, a
algunos sí, pero esa es otra historia), o en violadores, asesinos, ni
exterminadores masivos. Tampoco la totalidad de los españoles y europeos de aquella época
lo eran.
Solo si
determinadas conductas colectivas han persistido en el tiempo hasta hoy, pueden
ser objeto de otros estudios que traten de desentrañar los porqués de esas
pervivencias; es entonces cuando la Historia, como ciencia social, plega velas
y deja paso a otras disciplinas que
tengan metodología e instrumentos adecuados para explicar esos fenómenos
humanos vigentes: sería el caso, por ejemplo, de la Sociología, de la
Antropología Social o incluso de las Ciencias de la Información.
Nuestro pasado como parte de nuestro futuro.
Aparte de lo dicho, una de las facetas más interesantes que tiene la historia hoy por hoy en un espacio tan deprimido como el nuestro es que, convenientemente usada (que no manipulada), se trata de uno de los recursos más potentes de los que dispone nuestra tierra a día de hoy. La historia remite a espacios, edificios, elementos urbanos, tradiciones y paisajes que conforman una identidad colectiva y que se han conservado hasta hoy, precisamente dotados de valor por ella, por la antigüedad que les confiere, aparte del valor intrínseco que ellos tienen en sí.Sin embargo, nuestra tierra no ha sido especialmente amorosa con el patrimonio heredado, ni con el material, ni con el inmaterial. Todos hemos conocido casos de demoliciones y abandono de edificios históricos (hornos, fraguas...), de fuentes públicas, de pairones, de construcciones sobre eras y ejidos; conocemos también la costumbre de pasar el arado caminos hollados por miles de pies a lo largo de los siglos, o el caso de haberse abolido tradiciones seculares por que sí... Muchas veces, pensando en una utilidad inmediata, o en una necia y falsa modernidad, se han perdido para siempre elementos que han sido testigos de nuestra historia y también de nuestra intrahistoria, esa historia callada, cotidiana, cuyos actuantes, fueron personas anónimas, del pueblo llano, a veces mucho más interesante que esa otra gran historia de batallas, reyes y papas.
Fuente de la plaza de Alustante datada en 1772. Demolida hacia 1965.
Si se tenía ya el agua potable, ¿para qué servía ya la fuente?
Lo que no se sabe (y si se sabe desde luego el acto roza lo delictivo) es que la destrucción de elementos patrimoniales aparentemente sin valor posee graves consecuencias económicas. En un mundo tan competitivo como en el que hoy vivimos, la búsqueda de lo que nos nos posiciona en el "mercado" se basa en la singularidad, en este caso la singularidad de los espacios. Sin embargo, todavía a día de hoy seguimos perdiendo recursos culturales o los tenemos abandonados, que es tanto como comenzar a perderlos.
Quien esto escribe se ha criado en estrecha relación con lo que yo llamo la Subcultura del ¡bah!, donde todo es ¡bah!, donde todo son tonterías, dónde la pregunta más frecuente y desconcertante es "¿Y eso pa qué?". En la Subcultura del ¡bah!, para los que la sostienen, de los cuales muchos llegan a mandar (y en esto no hay siglas ni partidos), todo lo que no es productivo a corto plazo y/o satisface las necesidades más primarias no sirve, no vale, es ¡bah!; y en nombre de esta subcultura se han hecho verdaderas estupideces en nuestra tierra toda, desde la más remota época de la tecnocracia franquista hasta el presente más rabiosamente actual.
Creo que es hora de zafarse de esta gente tóxica que ha envilecido instituciones inmemoriales, ha destrozado elementos patrimoniales varias veces centenarios, que ha despreciado tradiciones ancestrales y ha calificado de tontería cualquier propuesta de desarrollo basado en los recursos que nos convierten en una comarca, un pueblo, singular. Lo que nosotros hemos estado llamando tonterías, en otros territorios no tan lejanos, más espabilados, lo han llamado marketing. Estoy seguro de que algún día la Subcultura del ¡bah! será desterrada de nuestro querido Señorío de Molina y entonces, entonces, seremos un poco más libres.
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